domingo, 22 de marzo de 2015

Buenas noches y felices treinta primaveras Asia

Me llamo Asia Martínez, soy abogada especialista en recursos humanos y nunca he llevado una bandeja. 
Mi vida era sencilla.
Tranquila.
Fácil,
...pero no era feliz.
Así que lo dejé todo: novio de toda la vida, casa de toda la vida (con el novio de toda la vida) y trabajo de toda la vida (con un jefe "padre del novio de toda la vida").

Treinta. Cumples treinta años. Y ahí estás tú, en frente de un cupcake de redvelved con una vela, a punto de soplarla y de que tu amiga notefallarésomoscompañerasdelavidaydelamor te saqué una foto para instagram donde prosiblemente te veas fea, gorda, cansada, con ojeras, triste y sola. Aunque bueno luego el filtro valencia lo soluciona todo. 
O... casi todo.

Cuando eras pequeña y te veías con treinta años te imaginabas que tendrías una casa con piscina, un marido guapo, cuatro hijos, dos perros y una tortuga. Al cabo de unos años, te veías con un piso, un marido (lo de guapo ya no era esencial), una hija, un bombo en la barriga  y un gato que jugara a través del cristal de la pecera con tu tortuga. Cada vez que se acerca más la fecha te das cuenta que las probabilidades de que algo de eso suceda son muy escasas y que todo son sueños de una vida que nos venden y que, por momentos, llegamos a creer que tal vez puede ocurrir, ilusas de nosotras. <<Mi consciencia me miraba con cara de emoticono que enseña dientes y se burla>>

No, mujeres del mundo, a los treinta no aparece un príncipe en caballo blanco a salvarnos del desastre absoluto. A los treinta todo sigue igual, o peor... <<¡¡¡peor!!! gritaba y se reía mi consciencia formada en aquél instante por los tres monos que se tapan boca, orejas y ojos>>>

Esa mañana, cumplía treinta años, estaba sola en mi pisito de alquiler en el centro de Barcelona, invadido por un desastre absoluto de platos por fregar, ropa por recoger, lavadoras que poner...Pero, lo más importante era elegir la ropa adecuada que debía ponerme para la ocasión, que no cada día se cumple una cifra de estas horribles  características.
Así que, busqué y rebusqué en el gigante armario donde siempre hay de todo y nunca encuentras nada y me probé todas las camisetas mientras  me planteaba si comprar o no una tortuga, hasta que ocurrió la desgracia de las desgracias: los vaqueros no me entraban <<ambulancias, bomberos y coches de policía resonaban en mi cabeza>>

Supongo que no puedes tener treinta años y pretender seguir entrando en la talla treinta y séis sólo porque con veintinueve si lo hacías. << ahora mi consciencia lloraba con el emoticono de las risas con lágrimas>> pero yo no pensaba darme por vencida o la depresión de la edad aumentaría hasta puntos de locura insospechables. 
Era muy simple, solo tenía que dejar los cupcakes, los Mc Menús de los domingos de resaca, las pizzas de los viernes de pelisofámanta y las ensaladas de pasta a modo industrial (uno de mis trucos para cocinar poco, hacer una montaña de ensalada de pasta y comerla para desayunar, comer, cenar y así consecutivamente hasta acabar existencias) (¿Qué pasa? al menos ahorraba tiempo y dinero)

Pero, todo esto tenía que terminar. Tragué saliva, cogí aire y, después de saltar, estirar, hacer una danza del vientre a la pata coja, ¡¡conseguí entrar en los pantalones!! Lo que no podía asegurar ahora es que tuviera posibilidad alguna de salir de ahí. 

Empecé ese precioso día de primavera, porque yo soy así, cumplo con las primaveras, saliendo a la calle con mi melena al viento, camisa rosa palo y vaqueros que formaban una segunda capa de mi piel y me encontré con una bonita mañana de lluvia que me acompañó todo el camino al trabajo. No tenía paraguas, así que no me quedó otra que mojarme y llegar chorreando y con el rímel corrido a mi hermosa pasteleria de cupcakes, con mi hermoso jefe al que ya no sabía si amaba u odiaba, y que seguía ahí, con su bonita sonrisa, torturándome la vida y haciendo borrosos todos y cada uno de mis objetivos en esta. (¿Quería hombres o lo quería a él?) <<Mi consciencia había creado un instavideo con los mejores momentos de sus sonrisas>>


- Buenos días Asia, ¿Qué te ha pasado?
- El cielo, que está loco por felicitarme la llegada de los treinta.
- ¿No me digas? ¿Es hoy? - preguntó mientras acababa de colocar las mesas.

(¡¡Ja!! ¿Cómo iba un tío como él a recordar tal fecha? Aunque lo llevara recordando durante un mes seguido, por la ansiedad que me provocaba ese terrorífico día en que dejara de ser oficialmente joven, aunque lo hubiera marcado en el calendario del trabajo, y dibujado en la pizarrita que anunciaba el cupcake del día... aunque se lo hubiera puesto como alarma de su puto móvil, Mister Universo cupkeriano jamás iba a tener un detalle conmigo)

- Sí.... ¡es hoy! ya ves... que sorpresa eh...
- Bueno, pues hoy si quieres, a la tarde cuando salgamos nos tomamos algo.

(¿Ahora tenía que suponer que había algún tipo de ironía, broma, truco, malicia, doble sentido... en esa simple frase o realmente me estaba diciendo lo que creía que había entendido? Preferí entender que no había entendido en absoluto, valga la redundancia, el significado de la frase).

Seguí trabajando como de costumbre; sonriendo a los clientes, como de costumbre; haciendo equilibrios con mi querida bandeja, como de costumbre, pero a mi querido/odiado jefe ni le miré. En mis ratos libres contestaba whatsaps que más que alegrarme me tocaban las narices, no me gusta que todos y cada uno me recuerden "que ya cambias de cifra" "que dejas el dos atrás" "que si ahora no se que" o "que si ahora no se cuantos", no. Es un puto día más, de un puto mes más, de un puto año más. 

Y entonces pasó, un mensaje de whatsap del indeseable de mi ex. El que tardo días contados en superar nuestra ruptura encontrando a otra chica y enamorandose locamente cuando dos días atrás lloraba por mí. " Espero que tengas un día especial pequeña, disfruta de este pasito de avestruz. Te quiero".  

Y yo, Asia Martínez, me sentí diminuta-pequeña-invisible-microscópica; me acordé de cuando inventábamos palabras, de cuando reíamos por bromas absurdas, de cuando cocinábamos y quemábamos plásticos de microondas, o cuando nos hacíamos sorpresas inesperadas y nos acabábamos descubriendo...; o de cuantos pasitos de avestruz, como solíamos decir, habíamos dado juntos, ¿para qué? para llegar a la mierda de jodido desamor que arrasó con todo sin un solo por qué. 

Y entonces me eché a llorar. Ya no quería cumplir treinta. <<¿antes sí? preguntaba mi consciencia irónica>>

- Eh...eh, eh...Asia, ¿Qué pasa? - Se acercó el puto Mister Cupcake con aires de ternura.
- No pasa nada, bueno sí, pasa eso, ¡pasa que no pasa nada! - empezaba a liarme con las palabras - que he agotado un tercio de mi vida entera y me da miedo no saber si cada día que me levanto soy sucifientemente feliz...
- Pero...tienes muchas cosas que te van bien...
- ¡¡Pero si ni si quiera tengo una tortuga!!
- ¿Una tortuga? - Me preguntó extrañado.

Él no entendía por qué quería una tortuga y yo no le entendía a él. Ni a él, ni a mi ex que me enviaba mensajes bonitos para recordar que ahora ya ni existíamos uno para el otro, ni al resto de hombres que se cruzaban en mi camino y en mi cama. A ninguno. Y si con treinta años no había conseguido entender a un hombre en la faz de la tierra ¿Cuando podría encontrar una pareja estable y empezar mi etapa de mamá joven que siempre había soñado? (Pausa, Asia piensa mejor, me dije a mi misma) ¡A la mierda! ¡Quiero tres cervezas!

- Vámonos a beber. - dije sin pensar, ya no quedaba nadie y era hora de cerrar.
- Bueno venga vale, vamos. Espera. - balbuceó.

Se fue a la cocina y volvió con una bolsita de la pastelería, le miré raro, a saber. ¿Se pensaría que íbamos a tomar algo a solas? <<mi consciencia se reía a carcajadas de él>> 

Ahí afuera de la pastelería estaba mi gran amiga del mundo mundial, Ester sin H con una sonrisa de oreja a oreja. Miró extrañada cuando nos vio salir a los dos juntos.

- Feliz cumple amor... - me abrazó con todas sus fuerzas - ¿Veinticuantos? 
- Veintitantos... 

Las dos reímos. Ester tenía marido y niña, casa y trabajo, tranquilidad y estabilidad. Yo creía que ella lo tenía todo y yo no tenía nada, pero ella creía que yo lo tenía todo y que ella no sabía si quería nada de lo que tenía. Pero solo lo presentía por su mirada de ojos tristes. Nada que no pudieran dejar atrás por una tarde tres cervezas del bar irlandés de la esquina. Quien dice tres dice cuatro, o cinco, o las que caigan.

- Ah pero... ¿este se apunta? - me preguntó Ester anonadada sin que él la escuchara
- Se ve que sí, quien lo entienda que lo compre, pero hoy aceptamos pulpo como animal de compañía.
- Aceptamos. Pulpo o... 

En ese momento se acercó al maletero de su coche y sacó una caja. ¡Una pecera con...

- ¡¡¡Aceptamos tortuga como logro de los treinta!! - Grité
- ¡¡Felicidades!! 

No podía creerlo, mister cupcake nos miraba alucinado, pero sonriente. Nos fuimos los cuatro al bar irlandés. Digo los cuatro porque incluyo a Tortuga (ese pasaría a ser su nombre de pila, por mi maravilloso ingenio e imaginación, a lo desayuno con diamantes). 

En el bar, después de perder la cuenta de las cervezas que estábamos pidiendo, Mister Cupcake sacó de la bolsa un cupcake de redvelved, mi preferido, con una vela. La encendió y los dos empezaron a cantar cumpleaños feliz. 

Yo, quizá, esperaba mi entrada a los treinta pegándome un revolcón con el hombre de mi vida (o alguno de ellos), pero emborracharme y comer cupcakes con mi mejor amiga y aquél amado/odiado ser tampoco estaba del todo mal. Al fin y al cabo, lo que importa es lo que la vida te hace sentir y ellos me hacían sentir especial.
<<mi consciencia brindaba con emoticonos de jarras de cerveza y globitos rojos>>
y yo soplé con fuerza deseando que al menos el hombre llegara los treinta y uno.





Entonces pasó lo que nunca pasa. Lo que no te esperas. Lo que te puede torcer la vida y cambiártela para siempre o, en caso de Asia Martínez, cagarla para siempre.

Mister Cupcake me acompañó a casa, hasta la puerta y se me puso a hablar de cosas, como si nada, me encendí un cigarro y le seguí escuchando, bueno, o haciendo ver que le escuchaba mientras pensaba "por qué coño se queda ahí plantado", lo miré fijamente y entonces pensé "oh oh", ¿hay la ínfima posibilidad de que se esté planteando subir? <<mi consciencia en vez de tranquilizarme con un "por supuesto que no flipada de la vida" me puso emoticonos de caras preocupadas con boca abierta y medio azules>> y yo me asusté.

- ¿Tienes cerveza arriba? - preguntó.

Ahí si que me quedé posiblemente petrificada, no creo que lograra ni pestañear aunque me cayera una jarra de agua helada por encima. Entonces, una voz femenina un tanto familiar, resonó en mi cabeza.

- ¿Pasáis? - preguntaba la chica, logré reconocer aquellos rizos en seguida, era mi vecina, una tía que follaba más que yo, salía más que yo, iba a correr más que yo y posiblemente era más feliz que yo y ni si quiera había cumplido treinta.

Y ahí me teníais a mi, con el cupcake en una mano (el cual no me había comido porque estaba de dieta desde aquella mañana) mi pecera con Tortuga en la otra y la boca que no lograba pronunciar palabra.

- Nn.. n.. no, no. No pasamos.
- ¿No? - preguntó mister cupcake.
- ¿No? - preguntó mi vecina.
- No - respondí yo.

Y sonreí. Como una gilipollas. Pero más gilipollas aún sería declarada el resto de mi vida. Porque sabía que sería incapaz de salir de aquellos pantalones, y no iba a ocasionar una ridícula escena cómica en el único intento en años del señor cupake de hacerme el amor (porque estaba segura de que el no solo quería follarme). Y caminamos, hacía la puta plaza de al lado, a pedir dos cervezas de lata y a sentarnos en el suelo a bebérnoslas mientras yo me preguntaba si podía ser más desgracia y mientras aquellos vaqueros me estaban dejando casi sin circulación.

Una hora más tarde estaba en mi casa y lo único que tenía de más era un año para la saca y una Tortuga en la estantería. Por si no fuera poco aquella noche me dormí escuchando a mi querida vecina de los rizos como ella sí follaba, si tenía orgasmos, sí hacía el amor con quienquiera que fuese (por ahí entraban y salían muchos hombres). 

Como no podía dormir empecé mi plan para adelgazar. Cogí el cupcake, le quité la vela, lo puse en un platito muy mono de topos rosas y se lo dejé a mi vecina en la puerta. De regalo. Para ella que si cabía en sus hermosos pantalones.

Yo no pude dormir en toda la noche pensando en qué quería exactamente el Mister. Quizá solo quería subir a tomar algo y charlar en el sofá y yo me había asustado demasiado pronto. Después de pasar varias horas analizando los detalles sentada en el sofá decidí ir a ponerme el pijama. Genial, tuve que romper a tijerazos los vaqueros porque no había forma de salir de allí. ¿Os imagináis la escena como hubiera sido si realmente hubiera subido decidido a hacerme el amor? << Mi consciencia me mira y niega con la cabeza con aires de superioridad.>> de acuerdo, basta de películas absurdas. Buenas noches, y felices treinta primaveras.