domingo, 18 de mayo de 2014

Abracadabra 1/2

En la tienda de cupcakes empezaban a conocerme los clientes. Quizá no era la más rápida sirviendo o la más ágil, pero eso se solucionaba siempre con una bonita sonrisa.  La máquina de café (aquél aparato desconocido hasta entonces) y yo, ya éramos grandes aliadas. Y el control que estaba haciendo por no comer más de un cupcake al día era realmente impresionante. Aunque por otra parte llevaba dos semanas y ya no me quedaba ningún gusto nuevo por probar. (¿Cuadraban entonces las cuentas?)

Mister universo cupkeriano me dejaba muchas veces sola y desaparecía completamente del local. Cuanto más aprendía yo a arreglármelas sola, menos se dejaba ver. (En esos momentos la mitad de mi conciencia boxeaba con la otra mitad por ser mejor camarera o poder ver más al jefe).

Era una tarde de domingo soleada. Demasiado soleada. La gente de Barcelona, en mayo, a la que pueden entrever algún que otro rayo de Sol ,ya se avalanchan hacía la Barceloneta a hacer un tetris con sus culos en esa explanada asquerosa de arena mientras les intetan vender sin parar " mohito-servesa-bíar".

Por eso yo estaba ausente en mi barra, con bar y terraza vacía, whatsapeando con Ester sin H, echando un vistazo a toda esa gente que retrata su vida entera para el escaparate de instagram y los que reducen sus pensamientos a 140 carácteres en twitter. Estaba tan absorta en las redes sociales que no vi el cliente que había entrado hasta tenerlo delante de las narices.

- Joder! - pegué un brinco del susto.
- Perdone señorita... pero es que llevo un buen rato sentado y...
- Ay, perdona es que - no sabía donde meterme.
- No pasa nada, mira coge una carta.
- ¿Cómo?

El tipo de negro sacó una baraja de cartas de (..¿la nada?..) y me hizo agarrar una.

- Sujétala bien fuerte - añadió.

Yo la agarraba con todas mis fuerzas, era un siete de corazones, toma ya, pero si la magia ya estaba hecha, un SIETE de corazones había aparecido ¿por azar? en mis manos y no pensaba soltarla jamás.

- Bien - empezó a decir mientras hacía cosas rarísimas y rapidísimas con las cartas - ahora...

Pensé en si el mago querría mi puesto de camarera, si era así de ágil con las cartas seguro que sería mucho mejor que la torpe de Asia Martínez (una servidora). Después automáticamente pensé que me gustaba su bigote y su barba de días. Y que como fuera tan ágil en la cama quizá valía la pena pedirle que me hiciera otro tipo de trucos. En ese momento tragué saliva y me acordé. Casi me atraganto.

- ¿Estás bien? - me miró directamente a los ojos lanzándome rayos de azul eléctrico.

- No... si..... es que... (¡un mago! ¡un mago! ¡un mago! esa palabra estaba en mi lista de la nevera, estaba convencida que el Show de Truman no es una peli, es un documental, porque esto no era normal).

- Mira tu carta

Yo no había dejado de sujetarla en ningún momento y aunque el mago me pareciera un espejismo o una broma del destino, giré mi carta, porque de hecho era MÍA, había decidido que me quería llevar ese siete de corazones a mi habitación, para colgarlo en el corcho de "cosas apasionantes y significativas", pero se había convertido en un diez de espadas.

- Nooooo... pero....pero...cómo coño?... ¡joder! ¡Yo no quiero un diez de espadas! - grité
- Eres muy impulsiva Asia...no hace falta que grites.
- ¿Y como sabes mi nombre? Esto es demasiado...
- Lo llevas en el delantal.
- Ah... ¿y mi siete de corazones? devuélvemelo ahora mismo.
- ¿Oye quien es el cliente aquí?

Volvió a su mesa. Pidió un café con leche y un cupcake de red velvet y se puso a leer el periódico.
No me hizo más trucos.
No me hizo más caso.

Durante esa tarde mi jefe no apareció, estaba convencida que el mago lo había hecho desaparecer para joderme. Entraron algunos clientes (eso es que no debía quedar sitio en la Barceloneta o que no sabían jugar al tetris), serví mesas y el mago de ojos azules ni se giró a mirarme.
No lo hizo hasta que tiré una cocacola por el suelo con vaso incluido roto en pedazos. Entonces, el capullo, se giró y sonrió. A mi no me hizo ni puta gracia. Empezaba a tocarme las narices que se pasara allí las horas sin mirarme y sin pedir nada más.

A última hora se acercó a pagar. Le cobré sin sonreirle ni a penas mirarle, había herido mi orgullo de mujer superviviente de este mundo cruel, pero él, que estaba por encima de todo esto y de todo lo demás, sacó los 3'80 euros de mis orejas y consiguió también hacer aparecer una sonrisa en mi boca. ¡Putos magos! ¡Ya no lo quería en mi lista! Quería cambiarlo por un obrero de estos que me gritan por la calle ¡moreeenaaaa deha er telefonooh que te xocará con la farolahh! (porque lo de tia buena ya no estaba de moda).

Y así, tal como vino, el mago de ojos azules desapareció como por arte de magia. Limpié el local, todo a puntito de cerrar y justo veo a un niño marraneando por el cristal entre lloros convenciendo a una madre (de estas que lo consienten todo) de que quería una madalena de chocolate. (No saben decir cupcake los niños de tres años). La madre le dió el dinero y le dejó entrar al bar.
Yo quería odiar a ese enano cliente de última hora, pero fue bastante imposible. Me miró con esos ojos redondos enormes llenos de lagrimitas:

- Me daz una madalena de xocolate....
- Mmm... no se no se... a ver...¿la palabra mágica?
- Mmm... ¿abracadabra?




Me reí, me reí mucho y el pequeño me miraba alucinando. Claro que sí pequeño. Abracadabra tiene más magia que cualquier por favor y en un día como el de hoy, era el ingrediente que me faltaba.

El niño se fue, yo acabé de ordenarlo todo y, cuando hice la caja,  apareció dentro de ella, con las monedas, como por arte de magia un papelito doblado...(pero...¿cómo coño...?...) con un número de teléfono.

Ahora sí, ahora yo, Asia Martínez empezaba a creer en la magia. (yupiiiiiiiiiii) me fuí bailando del local pensando que tenía una suerte magnífica.
Al salir ¿Quien estaba allí fuera? Mister universo cupkeriano. Con una chica. ¡¡Por qué!! ¿Por qué con ella sí? Y por qué la traía allí, si yo podía verles. Lo odié a muerte.

Dije hasta luego y me fuí, triste, deseando que el mago lo hubiera hecho desaparecer de verdad. Sintiéndome pequeñita y frágil. Sin ganas de listas, ni de magos de los cojones. Aunque por si a caso, dejé el papelito en la mesa de la cocina. Me senté en el sofá a whatsapear con Ester sin H y explicarle que me habían robado siete corazones para clavarme diez espadas, que todo era un desastre y que no sabía que hacer con mi vida.

Esa noche acabamos las dos desahogándonos en el bar de a bajo con copas de vino y cenamos los frutos secos que nos trajeron.

Al volver a casa, vi el papelito en la cocina. Lo guardé en el teléfono y miré a ver la foto de whatsap. Un paisaje de una playa. Otro que no había conseguido encontrar hueco en la Barceloneta. Le abrí chat. Puse "abracadabra...". Me sentí patética y dejé el móvil en la mesita. Me acosté mirando la película de "como perder un hombre en diez días" a ver si aprendía cosas nuevas al verla por 2837646 vez en la vida. A los quince minutos caí rendida.